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Aprender tarot te transforma.

El lenguaje está hecho de pasado. Usamos las palabras y las estructuras que ya estaban ahí. Y lo hacemos para contar algo que nunca ha sucedido antes en la historia: nosotros.

 

 

W. Burrougs decía que el lenguaje es un virus; nos usa para replicarse a sí mismo a lo largo del tiempo.

Cada palabra y cómo se unen es una herencia (maravillosa, invaluable, me encanta este virus) que recibimos y empleamos, el 99 por ciento del tiempo,  involuntariamente:

No puedes no leer una palabra que acabas de ver ante ti.

Hasta puedes leer cosas que no son palabras.

Tampoco puedes  pensar sin palabras…

…Ni siquiera puedes reconocerte sin ellas.

No cuestionamos casi nunca el significado de las palabras ni las estructuras en la que se colocan para funcionar. Pero esas cosas no te pertenecen.  Al contrario: tú te ajustas a su forma y sus reglas.

 

 

Sin embargo hay mundos nuevos que no podemos alcanzar con palabras viejas.

 

Aprender Tarot, ¿activar un antivirus? ¿Leer el presente?

El Tarot de Marsella ha evolucionado adaptándose al uso que le hemos ido dando generación tras generación.

Desde sus orígenes patibularios como juego de mesa de taberna,  palacio y coro de iglesia (Las referencias más antiguas siempre son leyes y sentencias sancionándolo en absolutamente todos los estamentos), se ha convertido en una anomalía cultural de la lógica y la estructura del lenguaje (un antivirus).

Con los siglos de uso el TM ha adquirido una personalidad única de estafador, jugador, loco, seductor, profeta, santo, filósofo, pitonisa, poeta, mago, bruja… Es un libro de naturaleza desordenada, impredecible y atractiva conocido, despreciado y temido por todos.

Es un brillante poeta maldito

de verbo afilado,

pegada de púgil

y corazón de ángel.

Leer el tarot nace de la tensión  por conocer algo que no alcanza a explicarse a sí mismo, algo contenido en un presente tan intenso que las palabras no pueden sujetarlo con manos de fantasma. Hay que darles un chispazo, como a Frankenstein.

Rompemos el pasado e invocamos el presente  (damos el chispazo) al barajar, al quebrar la estructura del libro y del lenguaje. Puede llamarse azar (puede… aunque ya hemos dicho que los viejos nombres no alcanzan al tarot). Personalmente me gusta más, simplemente, llamarlo juego. Sigue siendo un juego.

 

Aprender Tarot es hablar presente.

La lectura del tarot se estructura gramaticalmente al invocar el caos, al desmontarlo, al romper el orden. Y lo rompemos tanto en su dimensión de baraja en las manos como en la del recuerdo en nuestra memoria.

Al tarot  no le importa lo que tú y yo pensamos de él. No vive definido en tu memoria ni en la mía como entradas de diccionario  amortajadas en un significado perfecto.  «El significado de los arcanos» es lo que ponen todos los libritos que vienen en los mazos nuevos de tarot, aquellos que todo principiante manosea en cada tirada con el ingrato sabor a pecado que descubre al desear deshojar el libro y barajar sus páginas para facilitarse la vida.

El auténtico significado de los arcanos es terra incognita adquiriendo una densidad de éxtasis efímero a través de un juego sagrado de encarnación; de tu memoria quebrada a algo que antes no existía, y de ahí a tu corazón, a tus manos, a tus pies, a tus pasos.

El tarot vive al girarse sobre el tapete, desprendiéndose de tu sorpresa y de la mía, exigiéndonos el silencio por el que colarse en nuestro disco duro.

Por eso leer el tarot es un acto psicotrópico. Por eso implica un ritual. Un psicotrópico  es un revelador fotográfico del alma. Un ritual es una conducta dirigida a crear un espacio que pueda albergar una nueva realidad. Aunque puede resultar útil no hace falta bajar las luces ni quemar incienso. Barajar es suficiente si se hace con atención; si se rompe el orden, la estructura, el significado, con silencio y determinación, para hacer sitio al presente.

Si el lector quiere comprender el momento, debe liberarse de la inercia del pasado que no explica su nuevo mundo, y del ansia de un futuro que sólo puede cercar en palabras antiguas. El lector debe exponerse, sin palabras ni reservas al presente; compartiendo el espacio en el que el tarot vive, alcanzándose a sí mismo, creando su propia narrativa.

 

Y luego debe aplicar su energía, su disciplina, en manejar y caminar su propio relato lo mejor que pueda. Con sus pies y (¡Por qué no?) con sus dudas. El significado de sus actos, sus certezas, es lo que ha quedado a su espalda. Son sus huellas. Y ya no le pertenecen.

 

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